Hoy, la noche fluye
doliente. Tras su cara, que no se muestra, hay otras caras: trances
imperceptibles.
La noche no es tiempo;
es el escondite en que el tiempo duerme su siesta, una vez devoradas
las fibras del día y sus sueños.
Hay múltiples noches.
La que entra por la
ventana, de a ratos, dibuja muy cerca de mí alguna frase arrojada al
aire por un pibe que camina solo, el súbito beso de dos amantes que
esperan en la esquina el rojo del semáforo o que se detenga el
mundo, el murmullo de los autos aplastando la avenida.
La que se obstina
afuera, en cambio, no dice nada, y cuando dice, miente, y se queda
enredada entre las ramas del jacarandá en la nueve de julio.
Gorjeo de la noche.
La luna, toda una
señorita, se planta distante. Hay dos estrellas, dos bailarinas, que
centellean con tan sólo una gota más de brillo que el resto de la
comparsa.
-¿Pero vos estás
enamorada? -pregunta una de las dos- ¿O sólo te estás divirtiendo?
La otra responde
preguntando:
-¿Que diferencia hay?
Cuando nadie está
observando, se abre una sima en medio de la noche, y allí van a
parar todos sus cuentos recitados al borde de la cama, su música de
fondo, sus ladridos roncos con perro entredormido, su rechinar de
persianas cayendo, de voluntades cayendo, de fantasmas y promesas
cayendo.
Se quiebra la noche o se
desdobla.
En mi mano, hay otra
noche escribiéndose sola.
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