sábado, 12 de noviembre de 2016

Gorjeo de la noche

Hoy, la noche fluye doliente. Tras su cara, que no se muestra, hay otras caras: trances imperceptibles.
La noche no es tiempo; es el escondite en que el tiempo duerme su siesta, una vez devoradas las fibras del día y sus sueños.
Hay múltiples noches.
La que entra por la ventana, de a ratos, dibuja muy cerca de mí alguna frase arrojada al aire por un pibe que camina solo, el súbito beso de dos amantes que esperan en la esquina el rojo del semáforo o que se detenga el mundo, el murmullo de los autos aplastando la avenida.
La que se obstina afuera, en cambio, no dice nada, y cuando dice, miente, y se queda enredada entre las ramas del jacarandá en la nueve de julio.
Gorjeo de la noche.
La luna, toda una señorita, se planta distante. Hay dos estrellas, dos bailarinas, que centellean con tan sólo una gota más de brillo que el resto de la comparsa.
-¿Pero vos estás enamorada? -pregunta una de las dos- ¿O sólo te estás divirtiendo?
La otra responde preguntando:
-¿Que diferencia hay?
Cuando nadie está observando, se abre una sima en medio de la noche, y allí van a parar todos sus cuentos recitados al borde de la cama, su música de fondo, sus ladridos roncos con perro entredormido, su rechinar de persianas cayendo, de voluntades cayendo, de fantasmas y promesas cayendo.
Se quiebra la noche o se desdobla.

En mi mano, hay otra noche escribiéndose sola.  

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